Encuentro con Cristo: una mañana para sembrar fe y crecer en comunidad
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- 5 jul
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Actualizado: 6 jul

Primero de primaria | Sábado 5 de julio
A veces, los días más significativos no se escriben con exámenes ni con medallas, sino con palabras sembradas en tierra fértil, con gestos sencillos que tocan el alma, y con encuentros que se hacen oración. Así fue la experiencia vivida el sábado 5 de julio por los grupos 11 y 12 de primero de primaria, en el evento denominado "Reencuentro con Cristo", guiado por la Madre Griselda Cecilia Jaramillo Torres y acompañado por familias, docentes y un sacerdote invitado que celebró con nosotros la Palabra de Dios.
Desde muy temprano, las familias comenzaron a llegar al colegio. El aire, fresco y tranquilo, parecía respirar esperanza. Aún no daban las nueve de la mañana y ya se sentía el murmullo de pasos pequeños, mochilas ligeras, abrazos largos, y la expectativa inocente de los niños, que sabían que ese día sería especial, aunque no podían anticipar cuánto.
El corazón se abre al escuchar la Palabra
La jornada comenzó en el auditorio escolar, donde los alumnos y sus familias tomaron sus lugares para participar en un momento espiritual cargado de simbolismo. Al centro del escenario, una sencilla mesa cubría los elementos sagrados, mientras la presencia cálida del sacerdote invitado invitaba al recogimiento y a la apertura del corazón.
La Madre Griselda, con su estilo cercano y profundo, dio la bienvenida a todos, recordando que este “reencuentro” no era solo con Cristo, sino también con nosotros mismos, con nuestros hijos y con la misión que compartimos como comunidad educativa de inspiración católica. Fue un momento de bienvenida, pero también de llamado: a vivir la fe no como una costumbre, sino como una presencia viva que acompaña y transforma.
Durante la ceremonia, llegó el momento del ofrecimiento, y fue entonces cuando dos mamás se acercaron para entregar algo inesperado: dos pies de árbol, pequeños aún, pero firmes y con raíces ya dispuestas a profundizar. No eran meros adornos ni elementos decorativos. Eran símbolos vivientes de crecimiento, fe y esperanza. Madre Griselda explicó que estos árboles serían plantados en un espacio querido por la comunidad escolar, para que todos los veamos crecer con el paso de los años, tal como vemos madurar a nuestros alumnos: día a día, con paciencia, cuidado y luz.
El sacerdote retomó ese símbolo durante su predicación. Habló de los árboles como imagen de la vida espiritual, que no crece de un día para otro, sino lentamente, en lo escondido, con raíces que se aferran a lo profundo. Nos invitó a cuidar también nuestras raíces: las que brotan en casa, las que se fortalecen en la escuela, y las que se elevan hacia Dios.
Alrededor de la Palabra: encuentro, representación y escucha
Después de la ceremonia, la comunidad se trasladó al Salón de Usos Múltiples, donde las mesas se habían dispuesto en forma de herradura, con la Biblia en el centro, recordándonos que la Palabra de Dios debe estar siempre en medio, orientando nuestros pensamientos y acciones.
En este espacio, la Madre Griselda leyó un pasaje bíblico, sencillo y profundo, que hablaba del amor de Jesús hacia los niños. Mientras ella leía, los alumnos escuchaban atentos, algunos moviendo los pies con la energía típica de su edad, otros con las manos cruzadas en gesto de oración infantil. Pero todos, sin excepción, atentos al misterio que les era compartido.
Inspirados por ese pasaje, los alumnos realizaron pequeñas representaciones: escenificaron, con ayuda de maestras y materiales sencillos, momentos del evangelio que habían sido trabajados en clase y que hoy cobraban vida frente a sus familias. Fueron actos breves, pero llenos de sentido. En ellos, los niños no solo actuaban: rezaban con el cuerpo, el juego y la emoción, convirtiéndose en testigos del mensaje que se había sembrado en sus corazones.
El arte como lenguaje de fe: dibujar lo que creemos
Más tarde, los grupos se separaron para vivir una experiencia más íntima. Los alumnos se dirigieron a diferentes espacios de trabajo, donde cada uno pudo crear un dibujo personal, representando lo que más les había tocado de la mañana: una frase, un momento, una emoción, una figura. Los trazos eran imperfectos, pero verdaderos. Algunos dibujaban cruces rodeadas de flores, otros corazones con rayos de luz, otros manos unidas o árboles creciendo.
Luego, volvieron al salón de usos múltiples y, uno por uno, explicaron su obra a sus familias, con palabras sencillas y profundas. Fue uno de los momentos más conmovedores de la jornada: los padres escuchaban en silencio, algunos con lágrimas discretas, otros tomando fotos, todos con el alma abierta. Porque cuando un niño habla de su fe con libertad, es imposible no conmoverse. Y cuando una familia escucha sin interrumpir, con respeto y admiración, se da el milagro del encuentro auténtico.
Cuidar es un acto en equipo: actividad con pañoletas
Después de alimentar el alma, tocaba mover el cuerpo. En el patio, los niños, padres y docentes participaron en una dinámica muy significativa. Con pañoletas sostenidas entre todos, formaron una red sobre la que debían pasar una pelota sin dejarla caer.
Al inicio fue difícil: la pelota caía, las pañoletas se torcían, había risas y pequeñas frustraciones. Pero pronto se hizo evidente que la única forma de lograrlo era cuidando juntos, prestando atención, ajustando los movimientos y actuando con coordinación.
El mensaje era claro: la educación y el crecimiento espiritual de un niño no dependen de una sola persona, sino de una red amorosa formada por la familia, la escuela y Cristo. La pelota representa su vida, sus procesos, su fragilidad. La red representa nuestro compromiso compartido de sostener, acompañar y no soltar.
Compartir la mesa: alimento y comunidad
Ya con el cuerpo movido y el corazón pleno, se pasó al momento de compartir los alimentos. Las familias habían traído algo para comer, y lo dispusieron en mesas compartidas. No fue un desayuno formal ni una convivencia de protocolo. Fue algo mejor: una mesa de comunidad, de escucha y de vida.
Mientras los niños jugaban y volvían a mirar sus dibujos, los padres conversaban entre ellos, compartían sus impresiones, sus experiencias, sus agradecimientos. Algunas madres decían que era la primera vez que escuchaban a su hijo hablar con tanta claridad sobre su fe. Algunos padres decían que este tipo de actividades les ayudaban a reconectar con su propio camino espiritual.
La Madre Griselda, en medio de todos, pasaba saludando, escuchando, sonriendo. Como una jardinera que observa cómo florecen las semillas que lleva tiempo sembrando.
Un cierre que es también un comienzo
La jornada concluyó pasada la media mañana, con rostros felices. Muchos padres agradecieron personalmente a las docentes y a la madre Griselda. Algunos niños no querían irse, querían quedarse a jugar un poco más, o mostrar una vez más su dibujo a quien estuviera cerca. Y eso también es señal de que algo valioso había ocurrido.
Porque el Reencuentro con Cristo no termina al irnos, ni se limita al sábado vivido. Es un punto de partida. Es una semilla plantada en tierra fértil, como esos árboles que serán cuidados por la comunidad, y que crecerán, poco a poco, hacia el cielo.
Agradecimientos que brotan del alma
Desde el colegio, queremos agradecer profundamente a todos quienes hicieron posible esta jornada:
A la Madre Griselda Cecilia Jaramillo Torres, por su liderazgo espiritual, su mirada atenta y su entrega constante.
A los docentes de primero, por preparar con tanto amor a los alumnos, por guiar sus palabras, sus dibujos y sus representaciones.
A las familias, por acudir con el corazón abierto, por confiar en este acompañamiento pastoral y por seguir formando, en casa, lo que sembramos juntos en la escuela.
Al sacerdote invitado, por su mensaje sencillo y profundo, y por recordarnos que el Evangelio sigue vivo en los niños.
A todo el equipo de logística, pastoral y mantenimiento, por hacer que todo fluya con orden, belleza y respeto.
Conclusión: Cristo se reencuentra en lo cotidiano
Querida comunidad escolar: El Reencuentro con Cristo no es un evento más del calendario. Es una brújula. Una oportunidad para detenernos, mirar, agradecer y ajustar el paso. Es recordar que Cristo no se ha ido, sino que nos espera en cada aula, en cada oración de la mañana, en cada esfuerzo silencioso por enseñar o por aprender.
Gracias, grupos 11 y 12, por regalarnos esta mañana luminosa. Gracias por mostrarnos que la fe también se dibuja, se juega, se representa y se canta. Y gracias, Jesús, por seguir encontrándote con nosotros, cada vez que elegimos amar.
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