3°s, Transformemos la violencia en una sana convivencia
- Información y Soporte IAE
- 24 jun
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Actualizado: 5 jul

Un proyecto de los terceros grados que nos invita a vivir con respeto, diálogo y corazón.
En el caminar diario de la escuela, no solo se enseñan contenidos: se siembran valores, se moldean actitudes y se construye comunidad. Esa fue la esencia del proyecto titulado “Transformemos la violencia en una sana convivencia”, presentado recientemente por los alumnos de tercer grado, guiados por sus maestras María Elena y Elizabeth, ante la comunidad escolar.
Este trabajo formó parte de los cierres de proyectos escolares del ciclo, y reunió en un solo momento el esfuerzo de semanas de reflexión, actividades en el aula, aprendizajes colaborativos y mucha sensibilidad por parte de niñas y niños que, desde su mirada, ofrecieron una propuesta clara:
Es posible construir un entorno más respetuoso, justo y empático... si todos lo intentamos.
La presentación se llevó a cabo en un ambiente de escucha y atención plena, con la grata presencia de nuestra directora, Madre Griselda, y numerosos padres y madres de familia, quienes acudieron para acompañar con cariño este paso significativo de sus hijos.
La violencia: reconocerla para transformarla
Hablar de violencia en un grupo de primaria puede parecer un tema complejo. Sin embargo, al abrir los espacios adecuados y acompañarlos con paciencia, es posible descubrir cómo las niñas y niños son capaces de identificar conductas dañinas y, al mismo tiempo, imaginar caminos de solución.
Las maestras María Elena y Elizabeth plantearon el proyecto no desde el temor o el castigo, sino desde la conciencia y la acción positiva. Durante varias semanas, se trabajó en torno a preguntas como:
¿Qué es la violencia y cómo se presenta en nuestra vida diaria?
¿Qué palabras o acciones nos hacen sentir mal?
¿Cómo podemos resolver un conflicto sin peleas?
¿Qué significa convivir sanamente?
Las respuestas fueron tan diversas como profundas. Los alumnos mencionaron situaciones comunes: burlas, gritos, exclusiones, empujones o insultos disfrazados de juego. Reconocieron que la violencia no siempre es física y que incluso el silencio o la indiferencia pueden herir.
Este primer paso —ponerle nombre a lo que duele— fue esencial para poder caminar hacia el segundo: imaginar otras formas de convivir.
La propuesta de los niños: respeto, escucha y acuerdos
Con una actitud propositiva, los alumnos comenzaron a diseñar sus estrategias para transformar la violencia. Surgieron ideas creativas y esperanzadoras:
Hacer pausas para respirar antes de responder con enojo.
Pedir ayuda a un adulto cuando no sepamos qué hacer.
Practicar el perdón y ofrecer disculpas con sinceridad.
Escuchar sin interrumpir y sin juzgar.
Hacer acuerdos con compañeros para resolver desacuerdos.
Incluir a quien está solo o triste.
Estas ideas se plasmaron en carteles, dramatizaciones, esquemas visuales y mensajes positivos, elaborados por equipos. Cada grupo preparó su intervención para la presentación, ensayando cómo compartir sus reflexiones de forma clara, respetuosa y valiente.
El día de la presentación: una comunidad reunida
Llegó el día. En el espacio preparado para la exposición, niñas y niños tomaron sus lugares. La emoción era evidente, pero también la seguridad que da saberse escuchado y valorado.
Uno a uno, los grupos pasaron al frente. Algunos presentaron carteles con frases construidas en equipo. Otros leyeron pequeños diálogos que escenificaban un conflicto resuelto con respeto. No faltaron las reflexiones espontáneas que conmovieron al público.
“La violencia no es solo pegar. También es ignorar a alguien o burlarse”, dijo uno de los alumnos. “Si no nos hablamos, no nos entendemos”, añadió otra niña. “Transformar no es quedarnos callados, es aprender a hablar con respeto”, concluyó un tercer expositor.
Las palabras, pronunciadas con voz infantil pero convicción adulta, resonaron con fuerza en todos los presentes.
El rol de las familias: acompañar, escuchar y construir juntos
Uno de los momentos más emotivos del evento fue el agradecimiento a los padres de familia. Su presencia no solo animó a los alumnos, sino que visibilizó algo muy importante: la convivencia escolar no puede trabajarse sin la participación del hogar.
Las madres y padres escucharon atentos. Varios compartieron, al final, que se llevaron aprendizajes no solo para apoyar a sus hijos, sino para repensar también la convivencia en casa.
En muchas miradas se percibía orgullo, pero también sorpresa: “No sabía que mi hijo pensaba así”, “qué bien que se hable de esto en la escuela”, “nos hace bien también a los adultos”.
Así, la escuela volvió a cumplir uno de sus roles más valiosos: ser puente entre generaciones, y sembrar en los corazones de todos la posibilidad de crecer juntos.
Palabras que dejan huella
Como parte del proyecto, los alumnos prepararon frases clave para dejar instaladas en su salón y en espacios visibles del colegio. Algunas de ellas fueron:
“El respeto es el primer paso hacia la paz.”
“Una palabra amable puede cambiar un día entero.”
“No se trata de ganar siempre, sino de convivir mejor.”
“Todos somos diferentes, pero merecemos lo mismo: respeto.”
“Convivir no es fácil, pero es posible si todos ponemos de nuestra parte.”
Estas frases, surgidas de la reflexión y el trabajo colaborativo, ahora decoran el aula de tercero y se han propuesto para espacios comunes, como recordatorios de que todos somos responsables de construir una mejor convivencia.
La presencia de Madre Griselda: guía con espíritu y ternura.
Durante la jornada, la presencia de Madre Griselda fue motivo de alegría y confianza para toda la comunidad. Con su estilo cercano y su mirada pedagógica y pastoral, escuchó atentamente a cada grupo y compartió al final un mensaje breve, pero profundo:
“Hoy hemos visto que nuestros niños tienen voz y corazón. Que saben reconocer el bien, y también desean cambiar lo que duele.
Sigamos acompañándolos, porque la educación en valores es la base de cualquier sociedad que quiera paz verdadera.”
Sus palabras fueron aplaudidas por todos y recibidas como un impulso para continuar con este tipo de proyectos integrales, que van más allá del aula y tocan la vida misma.
Más que un proyecto: una semilla de paz
Este cierre de proyecto no fue un simple evento más del calendario escolar. Fue una siembra de conciencia, una oportunidad para escuchar a los niños con atención, y un recordatorio de que los conflictos pueden transformarse en aprendizajes si se abordan con diálogo, respeto y fe en el otro.
Las profesoras María Elena y Elizabeth no solo guiaron un contenido, sino un proceso de crecimiento humano que dejó huella en sus alumnos y en todos los que fuimos testigos.
Y es que educar para la sana convivencia no es un objetivo que se alcanza de una vez. Es un compromiso de todos los días. Una tarea compartida entre escuela, familia y comunidad.
Mirando hacia adelante
Con este proyecto, los alumnos de tercer grado nos enseñaron algo vital: que la paz comienza en lo pequeño, en la forma en que saludamos, en cómo escuchamos, en cómo resolvemos diferencias sin lastimar.
Como colegio, reafirmamos nuestro compromiso por seguir formando no solo mentes brillantes, sino corazones sensibles, responsables y abiertos a la inclusión y al bien común.
Gracias a cada niño y niña que participó con valor.
Gracias a las familias por confiar y acompañar.
Gracias a Madre Griselda por inspirar con su ejemplo.
Gracias al equipo docente por hacer de la educación un acto de amor y transformación.
🕊️ Que este proyecto siga dando frutos en cada rincón del colegio... y más allá.








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